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miércoles, 16 de marzo de 2011

Larbi Ben Barek : La perla negra

Abd al-Qadir Larbi Ben Mbarek, más conocido como Larbi Ben Barek (n. 16 de junio de 1917CasablancaMarruecos - m. 16 de septiembre de 1992) fue un futbolista marroquí que jugó de delantero.




Ben Barek era un finísimo estilista, un mago del balón que deslumbró a toda Europa antes de la Segunda Guerra Mundial jugando en el Olympique de Marsella, que fue el más rápido en ficharlo tras asombrar en el balompié magrebí. El drama bélico a punto estuvo de acabar con la fulgurante carrera de Larbi, pero este moro bueno aguantó el tipo regresando al fútbol marroquí, al US Marocaine, equipo de su Casablanca natal en el que se dio a conocer.

Tras la guerra, Ben Barek regresa a Francia, fichado por una cifra astronómica para la época por el Stade-Français parisino en el que permaneció tres temporadas. En abril y mayo de 1948, el Atleti concierta dos partidos amistosos ante el equipo francés, en París ganan los franceses por dos a uno con polémica y Ben Barek mete un chicharrazo. En la vuelta, en el Metropolitano, el 6 de mayo, con un Ben Barek deslumbrante, el Stade-Français gana por dos goles a cuatro.

Aseguran los testigos presenciales que el presidente, el eminente prohombre don Cesáreo Galíndez, exclamó al terminar el partido: “a ese negro hay que ficharlo como sea”. Dicho y hecho, al día siguiente, firmaban su contrato con el Atlético de Madrid el propio Ben Barek y el ágil guardameta del Stade-Français, Marcel Domingo, que también inscribiría su nombre en la Historia Atlética como entrenador, aunque, sobre todo se le recuerda como un gran portero, de hecho, fue el segundo cancerbero rojiblanco en la historia en conseguir el Trofeo Zamora al portero menos goleado, en 1949; el primero arquero atlético en lograr el Zamora fue Fernando Tabales, portero del Atlético Aviación, en 1940; después de Marcel Domingo sólo conseguirían ser el portero menos goleado del campeonato regular Miguel Reina, en el 77, Abel Resino, en el 91, y José Francsico Molina, en 1996.

Dicen las crónicas que en Francia sentó tan mal la venta de Ben Barek que un periodista deportivo, indignado, se puso hiperbólico: “Vendan la Torre Eiffel o el Arco del Triunfo, pero a Ben Barek jamás”, no obstante, Ben Barek acabó en el Atleti, previo pago de unos desorbitados 17 millones de francos de 1948, precisamente el año en el que la Federación Española de Fútbol introdujo dos innovaciones revolucionarias en las normas del campeonato: una, que los postes y el larguero de las porterías pasaran de rectangulares a ovalados y, dos, que todos los equipos de la Liga tenían la obligación de numerar a sus jugadores del 2 al 11, estampando el guarismo en las camisolas.





Sin embargo, la Perla Negra no debutó como jugador colchonero hasta la segunda jornada del campeonato –derrota por cuatro a uno en casa del Español- porque alargó las vacaciones con su familia en Marruecos. En el club estaban que trinaban tras tres semanas sin saber nada de su rutilante fichaje estrella, pero el Negro se limitó a enviar un telegrama: “Llego mañana a las diez de la noche procedente de Casablanca. Saludos. Ben Barek”. Debutó ante su público el 26 de septiembre jugando como un titán y marcando un golazo en la paliza, 6 a 0, al Oviedo en el Metropolitano. La familia atlética quedó boquiabierta. Porque el Negro era lo máximo que se ha visto sobre un terreno de juego, y la unanimidad entre los atléticos que le vieron jugar en directo es absoluta, empezando por mi abuelo Manolo, a quién Dios tenga en su gloria.

Era Ben Barek, si hemos de creer a nuestros mayores y a las crónicas de la época, un jugador de otro mundo: alto y elegante, buen cabeceador, driblaba y chutaba con ambas piernas, tenía una gran visión de juego, una técnica depuradísima y el carisma futbolístico de un artista del balompié. Un goleador que también era un pasador y un constructor del juego. Un fenómeno, vamos. También era raro, veleidoso, caprichosín y se arrugaba en las malas. “Yo he venido aquí a jugar al fútbol, no a ir a la guerra” era su frase, porque Ben Barek no admitía los terrenos en malas condiciones, la meteorología adversa ni, especialmente, la violencia desmedida de unos rivales casi siempre desbordados por su fútbol.

Eran otros tiempos, otros campos y otras normas: no había cambios, ni tampoco existía el fuera de juego, así que el jugador lesionado se ponía de palomero y, a veces, metía lo que se llamaba técnicamente “el gol del cojo” –que no “gol del discapacitado” , eran otros tiempos- por estar allí quieto, de palomero, esperando en el segundo palo con la caña preparada. No se puede comparar, no obstante, con este fútbol global actual, con su baloncito Adidas con todas las innovaciones tecnológicas habidas y por haber.

De aquella, por ejemplo, si llovía, el balón, de cuero recio cosido a mano, se convertía en una especie de piedra esférica con unos costurones que hacían brechas y provocaban arrancamientos del cuero cabelludo a sus incautos rematadores de cabeza. Ben Barek, obviamente, no saltaba a esas y se revolvía cuando le cosían a patadas, razón por la que fue expulsado y sancionado varias veces. Escudero lo ha dicho: “por unas cosas o por otras el Negro estaba siempre renqueante, bueno los únicos que no nos lesionábamos nunca éramos Carlsson y yo, porque Juncosa a veces se quedaba al gol del cojo”. Qué feo suena, ¿eh? Hablando de discapacitados y de escaqueos, es célebre la anécdota de Ben Barek con el loco Helenio Herrera, harto de que el figura se borrara de algunos partidos aduciendo molestias físicas, le dijo “Usted, Ben Barek, exagere la cojera y haga muchos gestos de dolor para que el contrario se confíe; ahora bien, a cambio de esta especialísima bula que le concedo de renquear le exijo dos hombradas futbolísticas en el partido. Sólo dos, ¿eh?, pero cuídese de que al menos una acabe en gol”.





Lo fue, por supuesto, porque si de jugar al fútbol y meter golazos se trataba, el jugón, el monstruo, el crack era Ben Barek. De este moro colchonero se reían sus compañeros, por el, entonces insólito exotismo del rezo mirando a La Meca, que a veces acometía en el sacrosanto vestuario, “¿Y cómo sabes dónde está La Meca, Negro?”; pero, también lo aseguran sus compañeros, si se daban las condiciones óptimas para la práctica del fútbol el que jugaba y hacía jugar era el Negro, el que daba los goles, el que mandaba y el que, de paso, se marcaba regularmente su chicharrito, ese era el Negro. Tuvo la suerte, desde luego, de coincidir con una vanguardia de campanillas, bautizada como “la Delantera de Cristal”, heredera directa de la Delantera de Seda, con la inclusión de Carlsson, Ben Barek y el alicantino José Luis Pérez-Payá, junto a Juncosa y Escudero, lo de Delantera de Cristal venía, como se habrán imaginado, porque “el Negro se rompía siempre”. Hay que tener en cuenta en su descargo, que el pobre Negro tenía, probablemente, 34 años cuando llegó al Atleti. Aún así disputó seis temporadas ligueras, jugando 114 partidos, además de otros 8 de Copa, y metió más de 60 goles. Eran otros tiempos, ya digo, los de aquel equipo entrenado por el Mago Helenio Herrera, impensables en el fútbol actual tan rígida e inevitablemente encorsetado en lo táctico.

Desde finales de los cuarenta se jugaba en España con el dibujo táctico WM, una invención del entrenador del Arsenal, señor Herbert Chapman, que impondría como obligatorio la Federación española, y que venía ser cinco atacan y cinco defienden, con marca al hombre y el equipo formando con tres defensas, dos pivotes posicionales, dos volantes interiores y tres delanteros. La prensa de la época lo tachó de defensivo, pero pronto se hizo palpable justo lo contrario. Por ejemplo, en la Liga 50-51, la segunda de las dos consecutivas que ganamos con el talento del Negro como estandarte, el Atleti campeón metió la deslumbrante cifra de 87 goles en 30 partidos disputados, repartidos así entre sus cinco delanteros titulares: Ben Barek 14, Carlsson 12, Juncosa, 16, Pérez Payá 14 y Escudero 18. Increíble, ¿verdad? Uno de los días más grandes de Ben Barek fue el 22 de abril de 1951. Ese día llegaba el Atleti a Sevilla en la última jornada liguera. El equipo de Helenio Herrera es líder y el Sevilla de Arza, Arauzo, Domenech y compañía, segundo, a tan sólo dos puntos. Con un empate basta para salir campeones, y aunque Domenech adelanta a los sevillistas, Ben Barek mete un golazo antes del descanso y el equipo aguanta el empate. Campeones en Sevilla, con lluvia de almohadillas y carreras hasta el vestuario.

El Atleti campeón regresa a Madrid en autobús entre las iracundas miradas de una turbamulta de forofos sevillanos. “¡Negro de mierda! ¡No vuerva a Zevilla que te matamoh!”. Un ladrillazo rompe la luna del autobús, Ben Barek se agacha y el ladrillo se estampa en la cara de Salvador Estruch, un centrocampista fichado el verano anterior del Club Deportivo Alcoyano. Cuentan las crónicas –y ha recordado la anécdota más de una vez Gonzalo Suárez, otro confeso enamorado del juego de Larbi- que el Negro de Mierda se bajó del autocar, se pegó una carrerita y, tras darle el conveniente sopapo, puso al energúmeno a disposición de la Benemérita, que, por si acaso, mantenía una prudente distancia con los quinquis sevillistas. En diciembre de 1953 se despidió Ben Barek de una afición que le adoraba.







Decía tener 36 años en ese momento y aunque algunos aseguran que tenía 39, es casi seguro que pasaba en uno de los cuarenta. Aún así, el Olympique de Marsella pagó 6 millones de francos por el negro cuarentón que, esa misma temporada, salvó al Olympique del descenso y lo llevó hasta la final de la Copa de Francia, que perdieron por la mínima frente al Niza. Eran otros tiempos, ya digo. Pero entonces, como hoy, la gente iba al campo, pagaba una entrada, para ver a un maquinón jugar al fútbol. Que, al final, es lo que queda. La Perla Negra regresó a Marruecos y aún tuvo cuerda para jugar en un par de equipos de Casablanca y para convertirse en el primer seleccionador nacional del Marruecos independiente de España. Fíjense si sería bueno el tío -un supercrack como diría un periodista moderno por falta de acervo léxico- que volvió a Madrid en 1972 para jugar un partido de veteranos contra viejas glorias del eterno rival con motivo del Partido Homenaje a Enrique Collar en el que -con 55, 58 ó 60 años, según las fuentes- ofreció una auténtica exhibición de juego y se marcó tres chicharrazos.

Eran otros tiempos y Larbi Ben Barek acabó solo, empobrecido y marginado. Como tal, como un amojamado cadáver fue encontrado, una semana después de su muerte, en su precaria infravivienda magrebí, como diríamos ahora, el 16 de septiembre de 1992. Tendría, según las fuentes, 75, 78 ó, muy probablemente, 80 años. De él dijo un día el cretino de Pelé, cuando aún era un sobrenatural jugador de fútbol y no un ridículo muñeco para anunciar Viagra, ni un exótico figurón de la FIFA, “si yo soy el Rey del Fútbol, entonces Ben Barek es su Dios”. Amén.





Por Jesús García Doggy

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